Ensayo Sobre La Confianza

Imagínate a El Quijote dándole lo poco y nada que tenía a Dulcinea, llevándola a vivir con él a sus aposentos. El magno loco no era estúpido: idealizó y sólo esperó, jamás le dio nada a cambio.
Aquí me veo a mí mismo, sentado en mi escritorio y observando el reflejo de mi pantalla: el reflejo de la estupidez humana. Un tipejo que confió mucho y hoy recibe sólo cosas malas.
Una vez mi madre que cae muchas veces al igual que yo me dijo, desde el abismo mismo, que jamás se debía confiar mucho en nadie, que uno se olvida que la gente es gente y se tiende a idealizar. Uno nace solo, se cría con gente, pero hasta la misma sangre se separa para formar familias distintas. Hermanos, cuñadas y primos que se sumergen en una batalla campal, pelea incesante que nace desde el mismo vientre en donde fueron acuñados.
Dar exceso de confianza es crueldad, crueldad con uno mismo. Uno se olvida que el otro jamás dará, y si ha de dar será lo ínfimo. La gente normal no confía ni en sus padres, pero yo aun así sigo confiando en personas con las cuales presiento amistad. Amistad es amistad, ni siquiera la hermandad se salva. Pero sigo confiando: No sé que me tendrá que pasar para que deje de confiar en la gente. Lo único que sé es que lo que tenga que pasar llegará pronto. Hoy todo se está desenvolviendo y yo acá sin poder contener nada.

A las mujeres les cuesta ser infieles

Se lo llevó todo- exclamaba mientras se torcía la nariz con el celular empuñado en la mano izquierda. Y es que las lágrimas no pudieron salir hasta que se dió cuenta, que lo dejó todo, prácticamente le pagó la bencina del auto al otro maricón que ayudó a robarle la casa.
No lo podía creer, porque él le había prometido hacerla feliz. Ella se iría con él, y con la plata de su marido vivirían bien los dos juntos, en una casa del gobierno, por allá por San Miguel. Anita si bien orgullosa, estaba necesitada, así que no dudó en meterse con el tipo que hacía la reja que su marido mandó a hacer para la piscina, para que las niñitas no se fueran a ahogar en el verano.
Anita algo apenada, desilusionada y sintiéndose ridícula, sentada en la alfombra de su pieza, observando los cajones en el suelo, algunos cables desparramados, la caja azul del Banco Chile sin los cheques ni las tarjetas, la casa entera vacía salvo algunos muebles y cosas efímeras. Sentía sus cosas, sus ilusiones que se iban con él camino a un galpón cerca del Bío-Bío.
En la pieza seguía el olor potente a disco quemado de perfil angular, a olor a hombre joven caliente. No lo podía odiar, no le convenía acusarle a los pacos. En parte le seguía deseando. Desde la ventana miró la reja soldada hasta la mitad, la pensó poco: agarró la Mastercard de su cartera y partió a comprar lo que él se llevó, para reponer todo y lograr contentar a sus dos hombres.

Sahara Inn

Afuera, la ciudad se desenvuelve en una mezcla de peruanos, asiáticos y chilenos con acento de asiáticos. El lugar tan inhóspito, aquí es malo, barrio malo. Los autos tan rápidos, los conductores tan ácidos y desde la comodidad de un living tan kitsch como lo fuera deseable, observo a una masa de sopaipillas moverse como niños en navidad. El hotel es tan chabacano. Chabacano, pero lindo. Lindo para mí. Gente en calzoncillos ven la novela nocturna, porque me los imagino detrás de estas paredes haciendo eso.
Tanta calcomanía, tanto Ché Guevara, tanta cosa encima. Tanta pintura morada y el piso de madera recién encerada. Asientos con manchas, cuadros al por mayor de caballos. El lugar es genial, el lugar es como para estar aquí, olvidarse de las infecciones y fumar. El lugar se aleja de todo lo establecido, porque podemos fumar. Todos fuman, hay de esos basureros largos con un cenicero encima. La gente fuma aquí. Aquí la gente puede fumar porque está permitido.
Una familia entra. Traen muchos niños. Se ven que no son como yo, pero son de acá, son de este hotel. Una mujer maciza entra a la escena. Ella fuma como yo, con un cigarro en la mano les prende el televisor y les señala que el estacionamiento es al frente. Detrás, entran unos jóvenes. Pitillos, chaquetas de jeans. Él una expansión en el lóbulo. Ella rapada en un costado, pregunta cuánto es la hora.
Aquí los dueños son de izquierda. Si los dueños fueran de derecha, esto sería bonito para el común del vulgo. Pero es bonito para mí, porque es chabacano como una empanada caldúa y no sofisticado como un sushi. Aquí el pueblo. Abajo también. La ciudad de Santiago como me la imaginé. Santiago con rock, Santiago trash que se desenvuelve entre la gente común.
No quisiera irme nunca, tan lindo el lugar. Tan bacán, tan feo, tan mío.

Voluble

Esa noche, Carmen volvió a tomar pisco luego de 3 años: Pedro se encargó de llevarle un Control de 40 a su exilio autoimpuesto en Argentina. Pedro, la semana anterior, se encargó de comprarle uno con el dolor de su alma, con su poca plata guardada para irle a visitar a San Juan, aquel verano del 87', bajo una ola de calor jamás antes sentida allá detrás de la cordillera.
Esa noche el pisco fue un trago de lo más cosmopolita para aquellos argentinos acostumbrados al fernet con agua mineral. -¡Che Pedro, esto es de lo mejor!- le decían con un tono casi de agradecimiento, unos muchachos altos, no más de 18.
Estaba claro que a pesar de sus 21 años, Pedro se seguía cociendo al primer hervor; ya en su segundo vaso se volvió a sentir solo en una ciudad ajena, en un país ajeno, gente que no le pertenecía, enchufes incompatibles con su máquina de afeitar. Él solo en una gran mansarda piso de madera, una Standard Eléctric rockeando a todo volumen, varias minas de alpargatas y su Carmen, todo voluble en ella excepto su acento, igual al de él.
Calor insoportable, la Levi's no daba más de mojada, bajó a comprar cigarrillos a una heladería en Mitre. Allí funcionan hasta las 3 de la mañana. Al igual que en Chile, Viceroy, salvo que acá son el pucho de la clase obrera y campesina. Los compró igual porque más pesos no le quedaban. Le miraron feo, él sonrió de puro ebrio.
Carmen voluble como siempre. Carmen tan de Argentina y no de Chile. Carmen ya no más de él, a pesar de haber pololeado a distancia por tres años de cartas y llamadas desde el Locutorio Persépolis por parte de ella, más barato llamar desde allí hacia Chile.
Ésa noche el pisco se acabó tan rápido como su memoria. Ésa noche, Pedro tomó fernet al igual que los demás. Ésa noche al menos tuvo el valor de salir a tirar con Carmen, a las 6 de la mañana, a las bancas de la oscura Plaza San Martín. Nadie en San Juan a esa hora. Tan cerca la plaza San Martín de la calle Mitre y de la mansarda piso de madera. Tan suave su piel, su aroma a jabón y cigarrillos.

-Levántate, que estoy preparando el desayuno- mientras se escuchaba como bajaba las escaleras hacia la calle. En el techo, un póster de Los Prisioneros. Sus cosas encima de la cómoda. Se asomó por la ventana y la vio cruzar la calle hacia la panadería de al frente, llévaba ella puesta su camisa Levi's de jeans. La calle tan de otro país, los árboles y las fachadas de las casas tan sombreadas. Encendió un cigarrillo, lo fumó mirando el paisaje de San Juan. El aire tibio y poderoso, la ciudad nublada, una mañana de enero. Pedro en otra ciudad queriendo dejar a Carmen tan voluble como siempre.

Polola

Pepe Pereira ya no quiere más sexo. Pepe Pereira se cansó del sexo. Pepe Pereira busca una polola para quererla, porque el sexo le sobra, pero no le llena.

Yo sé que a veces lees esto

Si no te hablo no es porque te odie. Es muy difícil que odie, simplemente no quiero verme arrastrado, porque no lo estoy. ¿Amigos?

Mi mamá me lo compró, y es de Avon.

¿Cómo llegué aquí? No tengo idea, pero lo importante es que estoy. Hoy cuando me levanté, ni siquiera se me pasó por la cabeza la idea de estar en un jeep más grande del que mi familia puede optar, con el pelo mojado y con una imagen característica de los típicos tipejos que pasan al lado tuyo y que el aroma a sexo y desodorante barato los hace flotar, en un barullo algo pegajoso de jeans y chaqueta de cuero.

Esto de ser el pendejo pervertido me encanta. Es la zorra ser famoso por algo que nisiquiera mis amigos saben (bueno, saben dos de mis amigos, pero ellos no son mis amigos, ellos son mis fieles partners).
En la tarde, mientras almorzaba, mi celular sonó y al ver que era un número desconocido, supe al tiro que aquello no era limpio de hablar en la mesa, y estaba en lo cierto: no lo era. Una voz femenina algo seca y cortante me contó que ha obtenido mi número por ahí. Me trató de Pepe, así que deduje al instante que de sexo se trataba el trato. Terminé mi plato con una sonrisa gigante y mi mamá juró de panza al suelo que aquellos fideos fueron la gloria máxima, pero no.

El punto es, que la tarde pasó rapidísimo, y la noche se volvió hacia mí como si me hubiera esperado todo el día. A eso de las once de la noche me vuelve a llamar la mujer esta. Carmen Gloria, nombre de vieja con plata, y lo es. La cita fue en Cisternas, cerca de mi casa. Antes de cortarme me transó dinero a cambio, y como andaba corto de dinero, y como tenía carrete luego de la ducha en la casa de esta tipa, me vino como anillo al dedo.

Te diré que estar de prostituto, chaqueta de cuero y pelo mojado, en una calle transitada, me pareció de lo más choro. Era como ser el protagonista de Mysterious Skin, salvo que él es puto, yo no. Pero bien, me sentía genial.
Rato después de mi último cigarrillo, un Grand Cherokee verde se estaciona frente a mí. Sonaron los seguros de las puertas, y supe de inmediato que aquella era Carmen Gloria. Al entrar al auto me di cuenta que aquella mujer no estaba para nada mal. De hecho, era una de esas cuicas interesantes que se encuentran a la hora de almuerzo tomando café en los locales del Mall, a modo de comida. Harto rica la Carmen Gloria.
Ella no me mira porque ya me miró bastante en las fotos que tengo arriba en Internet. Aquí no hay tensión ni nerviosismo: Estoy a merced de una mayor que yo. Hoy no me toca llevar la delantera, le toca a ella. Yo estaré toda la noche de manos en la nuca, incluso mucho después de que me vaya de su casa.

La conversación es fluida. Fluidísima, como si ella y yo nos conociéramos desde mucho antes del 1992. Nos embalamos tanto conversando, que olvidé en donde estaba, la hora, las calles y que ella no era nada más ni nada menos que mi clienta. –No me he olvidado de nuestro trato, corazón. Toma, ahí tienes treinta mil pesos. Bájate y cómprame un Ballantines, una cajetilla de Kent One y unos condones con sabor que te venderán en la caja. El vuelto es tuyo, cómprate lo que quieras. – ¿No se te ofrece nada más?- y recibo un gesto de respuesta, un gesto mal hecho y con desgano, mientras escribe quizás un SMS desde su Blackberry morada. Cruzando la calle me grito a mí mismo “Qué mina más cuica”.

-¿Todo bien, corazón?- Me pregunta la mina que atiende la botillería. –No, no está todo bien, pero mejor imposible-.
De vuelta en el auto encuentro a esta tipa igual a como la dejé. Al entrar suenan las botellas: Un Ballantines, una Budweiser para mí, y un Stolichnaya para más tarde. Las demás cosas blandas están en el bolsillo de mi chaqueta.
Girando en Larraín Alcalde esta mujer me habla de lo rico de mi perfume. Ya tiene el cuento comprado que vengo de una familia pobre, así que le miento y le digo que es de Avon. Las cuicas aman a los niños pobres. No lo soy, ella tampoco es virgen.

Ya en su casa todo es distinto. Ya no es algo como lo que sentí en el auto. Esto es más denso, aquí hay plata de por medio. Ya me gasté parte de mi cuota, así que no debo dar paso atrás.
Me manda a la cocina a buscar hielo, mientras que hurguetea en la radio para poner un CD de los éxitos de Cindy Lauper.
–Hoy solo quiero divertirme- me grita desde el living, mientras observo horrorizado una foto que tiene pegada con imanes en la puerta del refrigerador. Una foto que me aclara que Carmen Gloria no es una simple clienta, ni una simple mujer a la que hoy follaré: Carmen Gloria es la mamá de una de mis compañeras de mi curso paralelo del colegio. Ya el dinero está gastado, los condones comprados, y estoy lo suficientemente cerca para sentir su perfume, que por cierto, es el mismo que usa mi madre.-