Sahara Inn

Afuera, la ciudad se desenvuelve en una mezcla de peruanos, asiáticos y chilenos con acento de asiáticos. El lugar tan inhóspito, aquí es malo, barrio malo. Los autos tan rápidos, los conductores tan ácidos y desde la comodidad de un living tan kitsch como lo fuera deseable, observo a una masa de sopaipillas moverse como niños en navidad. El hotel es tan chabacano. Chabacano, pero lindo. Lindo para mí. Gente en calzoncillos ven la novela nocturna, porque me los imagino detrás de estas paredes haciendo eso.
Tanta calcomanía, tanto Ché Guevara, tanta cosa encima. Tanta pintura morada y el piso de madera recién encerada. Asientos con manchas, cuadros al por mayor de caballos. El lugar es genial, el lugar es como para estar aquí, olvidarse de las infecciones y fumar. El lugar se aleja de todo lo establecido, porque podemos fumar. Todos fuman, hay de esos basureros largos con un cenicero encima. La gente fuma aquí. Aquí la gente puede fumar porque está permitido.
Una familia entra. Traen muchos niños. Se ven que no son como yo, pero son de acá, son de este hotel. Una mujer maciza entra a la escena. Ella fuma como yo, con un cigarro en la mano les prende el televisor y les señala que el estacionamiento es al frente. Detrás, entran unos jóvenes. Pitillos, chaquetas de jeans. Él una expansión en el lóbulo. Ella rapada en un costado, pregunta cuánto es la hora.
Aquí los dueños son de izquierda. Si los dueños fueran de derecha, esto sería bonito para el común del vulgo. Pero es bonito para mí, porque es chabacano como una empanada caldúa y no sofisticado como un sushi. Aquí el pueblo. Abajo también. La ciudad de Santiago como me la imaginé. Santiago con rock, Santiago trash que se desenvuelve entre la gente común.
No quisiera irme nunca, tan lindo el lugar. Tan bacán, tan feo, tan mío.

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