Pequeño Napoleón

Cuando te vi hace unos añas atrás, hechada en el piso y llorando como una Magdalena cualquiera, me sentí en la gloria. Y lo digo así sin tapujos, me importa poco y nada si alguien me califica de enfermo y esquizofrénico. Fue glorioso, dulce y empalagoso.
Pero, tu no me hiciste nada. De hecho, fue raro, porque yo me despedí de ti. Hice tantos cuentos en honor a ti, los mandé a muchos lados, los leyó mucha gente y me decían que estaban buenos. Pero a mí no me gustaban, y sabes por qué, porque los escribí falsamente.
De a poco empecé a odiarte. Muy de a poco, inclusive, me traté de engañar a mi mismo endiosándote y poniéndote encima de todas y de todos. Pero no, terminé odiándote, eso me gusta.
Mis obsesiones se incrementaron el mismo día que decidí dejarte, y odiarte. Ése día mi blanca polera usé, mi camisa, mis jeans azules azules y mi perfume volqué sobre mi, pero no para dejarte el cuello pasado a Benetton. No, para nada, lo hice porque cada vez que veo a alguien que odio, me pongo obsesivo. Me convierto en un pequeño Napoleón que tapa sus pensamientos en perfume, en limpieza, en buena ropa y mucho cigarrillo. Creo que lo hago para hacerme el interesante, no sé. Quizás lo hago para odiar con autoridad, para que no me digan que soy una pobre escoria sin derecho de odiar, no sé.
Lo único que sé, es el por qué te odio: Porque te di lo mejor de mi y nunca te hice daño, prefiero odiarte que lamentarme y llorarte.-