La Palabra

Lo de René iba de mal en peor: Se quebró la cadera saltando una reja, le dio otitis por jugar con el gato, le dio apendicitis por comer tantas galletas de dieta y se fracturó el tabique nasal buscando el control remoto, todo en la misma semana. Cuando se dio cuenta de su desgracia se acordó de la biblia y su palabra, escrita en un fino papel. La biblia, un dispensario ilimitado de papelillos.-

Basura Reminiscente



Los cigarrillos aguantan, el papel también. La música de un reproductor de MP3, los lentes oscuros, el sonido de mis botas en el pavimento y el humo de un cigarrillo llaman la atención de cualquiera que me ve pasar por las calles de esta ciudad tranquila y mansa, una ciudad tan tranquila, que uno no se imagina a nadie cometiendo ilícitos: creo que soy el único que comete ilícitos en este ciudad. Yo no soy de acá.

Es cuando voy por la calle, caminando rápido a ningún lugar, que me comienzo a cuestionar mi vida entera. Hasta el momento llevo una vida normal, sin altibajos, con noches de fin de semana que reflejan mi vida paralela. Los momentos que me dejan sin respiración, los disgustos, los placeres, los dolores, todo aquello que me hace sentir vivo, que me recuerdan que la vida es corta, y que siempre estará acompañada de una banda sonora simplista, conformada de mi parte favorita del único tema que escucho sentado, caminando, a escondidas o simplemente cuando de aburrido, vago por mi vida.

Es cuando voy por la calle, que comienzo a cuestionarme cómo amante (es muy pretenciosa esa palabra). ¿Seré un buen amante? O, mejor dicho ¿seré apto para ser amante? Ganas, muchas. Razones, pocas. Es por eso que me defino, en el terreno color pastel, como un verdadero desastre.

He intentado tantas veces de reemplazarte, mujer. ¿Serás que tú eres mi basura reminiscente, aquella persona que no me deja vivir? ¿Serás tú, la que me quita todo aquello que me hace sentir vivo? Porque desde que dejé de conocerte, mujer, tú has sido lo único que no me ha permitido vivir como un ser humano normal.
Se supone que la que quedaría mal eres tú. Pero no, porque cada vez que me trato de escapar de ti, estás allí, física o espiritualmente, como un vigilante, como un detective que busca venganza, con tu aroma a violetas, con tu mirada penetrante y fugaz, con tu sonrisa entregada, con mi felicidad robada. Mujer, tú me has vuelto loco. Tú me quitaste un brazo. En realidad no, tú no me has quitado nada. Pero te amaría más si hubieses tenido compasión por este pobre tipejo que clama por volver a la normalidad. Comparado con mi sanidad mental, ¿un brazo? Un brazo no es nada.

Mujer, sin ti, no puedo volver a la nada. Sin ti, no puedo pasar otro invierno tranquilo, porque yo te he robado todos tus inviernos. Quizás, tú quieres devuelta todo lo bueno que me has dado. Por eso, mujer, entrégame mi normalidad, y luego tómame o déjame. Yo te estoy entregando todo lo que te debo de a poco. Estoy destinado a volver a ti de nuevo, para poder irme con otras: mi insanidad mental me ha hecho fracasar en todo lo que al terreno color pastel se refiere.
Mujer, tú has hecho que el papel aguante mucho, que los cigarrillos también lo hagan. Tú me has convertido en lo que soy ahora. Tú me convertiste en un ser que camina por la calle y que luego se teletransporta, a un escritorio atestado de cenizas, a escribirte con desesperación.-