Vainilla y Ojos Sin Rostro


Es tarde: La noche casi llega porque el sol se ha vuelto naranja, junto con las nubes y el cielo que entra por tus ojos y juega con tu iris, lo vuelve tornasol.
El último abrazo, ése temeroso y triste y fresco abrazo, me cala hondo en el pecho y éste ordena a mi garganta a que se contraiga; que diga las últimas frases de la forma más seca y de la forma más empalagosa posible.
Beso no hubo, porque te dan pena y porque te recuerdan a mi y porque me recuerdan a ti, como cuando por primera vez chocaron mis labios con los tuyos y los mordieron, dejándolos rojos y húmedos.
Tu pelo formaba un aura castaña. Tus manos masajeaban el algodón de azúcar de una forma suave y hacías que las fibras se desgarraran. Se deshacía en tu boca, se veía en tus ojos. Mirabas a la gente pasar y más de alguno te miró como yo, tú me miraste también. Me sentía a mí mismo en tus ojos. Ojos sin rostro me susurraba al oído.
Nos conocimos en verano, cuando los rostros son brillantes, con turistas entre medio, tus amigas soplando burbujas, los dos a cuadros: tú con polera yo con camisa, con zapatillas de lona, con aroma a hojaldre en la sien. A primera vista.
Locos estábamos los dos, pensando en futuro. Esto no es primer amor; lo creo, pero hace un instante no, cuando te dije todo eso y tú asentiste, haciéndome culpable y a la vez desgajándome en este cuarto en pequeñas burbujas, encapsulándome cálidamente y aromáticamente, cómo lo haces tú. Naranja está el cielo.
No sé cómo llegué a la calle, si estoy vivo o no. Qué importa mi existencia en este momento, si ni siquiera sé si te podré volver a ver, si podré volver a cumplir mi rutina de fin de semana contigo, porque desde que te conocí dejé todo atrás y poco y nada me importó el resto y poco y nada me interesa mi existencia y creo que a alguien más tampoco.
Veo como se mueven las casas, las falsas antorchas que se comienzan a encender. Veo como se mueve los estantes, las marcas de moda, las conservas, las cajas, como el dinero va y no vuelve y creo que lo demás se mueve y yo no, porque no quiero moverme y tú tampoco quieres que se mueva nada. Estamos sobre una gran correa que nos transporta separadamente y con miedo, por obligación, al futuro próximo, al incierto y al falso.
Las casas han tomado el color del cielo. Llegué a un lugar alejado del que te dejé allí, tirada y enclaustrada entre barrotes de incertidumbre, de palabras no dichas y empalagosas, de gargantas contraídas y de pechos paralizados y de piso alfombrado de cápsulas, de mis cápsulas. Estoy lejos de casa también, no te sientas sola.
Lo desembolsado se los dejo encima de una larga mesa, la gente está allí afuera en una terraza que mira a la ciudad desde lejos y ven al sol desaparecer entre poleras de mangas cortas y risas de por medio. Mis pares ven a las gaviotas forasteras del lugar volar y saltan y corren como si quisieran ser ellas y me invitan a saltar y correr junto con ellos y yo no quiero hacerlo porque ya he corrido lejos de mi lugar de origen. Soy una gaviota de esa bandada que se ha alejado de su lecho, pero a diferencia de ellas, yo no puedo volver y si pudiera hacerlo, mi razón no me dejaría, porque a mi cuerpo lo controla un dilema de caballero medieval, que se mueve por complacer a los demás y no a sí mismo. Uno nunca va a hacer cosas para complacerse a sí mismo. Eso lo sabía, pero me queda claro ahora.
Estoy rodeado de pares similares a mí. Todos son iguales que yo y ninguna como tú. Ninguna es igual que tú. Ninguna sonríe como tú y eso me entristece, me hace fundirme más y más en la silla en la que estoy sentado y mi visión se paraliza y nadie lo nota.
Ése día me vestí cómo a ti te gustaba: Mi blanca polera, mi camisa, mis jeans azules-azules y mi botella de perfume volqué sobre mí para que te quedara el aroma impregnado en tu refugio, en tus dedos y tu ropa, para que no me olvides lentamente como lo han hecho otras.
Tu color quedó en mi blanca polera, tu aroma entre mis dedos y la gente observa mi ropa y huelen mis dedos y les gusta y yo los miro con recelo porque sí. Y el ambiente se ha vuelto denso y la gente me pregunta que me pasa y les respondo que he dejado a Vainilla. Ojos sin rostro les susurra a todos en el oído, el cielo es como siempre, otra vez.

1 comentarios:

Adriano Nicolás González Hidalgo dijo...

conchesumadre

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