Las Papitas Lays con Salsa de Ajo


Cuando chico, mi mamá era muy emprendedora. Pero no de esas señoras (digo, joven de 35) que venden sopaipillas o helados de bolsa en verano. No, yo hablo de esas mamás emprendedoras dignas.
Aún recuerdo el living de mi casa lleno de cajas con cosméticos marca Unicass, torta en la mesa, café por doquier, alitas de pollo al horno, pisco sour y señoras revendedoras de mi madre probando los nuevos productos y llevándose regalitos a casa: eran como esclavas a voluntad, siempre a fin de mes le iban a pasar turrones de dinero a mi madre y ella los contaba con ojo crítico. Mi madre, aparte de ejecutiva de ventas de una financiera, trabajaba como jefa provincial de una marca que quebró al año. Una marca que traía cosas de la Europa oriental y las etiquetaba con un unicornio plateado.
Aún tengo en la nariz el olor a muestras de perfumes, a "Centella Asiática Rusa", a geles reductores y pantys italianas... Mi mamá vendía de todo a todas. Un poder de la palabra impresionante.
Al tiempito del inicio de la bonanza de mi madre, las vendedoras se cansaron y comenzaron a alejarse de ella: quedó sola con cajas y cajas de productos unicorneados. No le quedó otra que agarrarme a mí y a sus zapatillas más cómodas y caminar por el pueblo ofreciendo productos a las amigas, a las colegas y a las vecinas.

Un día de septiembre mi mamá me llevó a un lugar raro a venderle cremas a las "Chiquillas". Cómo olvidarme de las "Chiquillas", mujeres anchas, jóvenes, con cara de cansancio, fragantes, desordenadas pero coquetas. Ellas me amaban y yo les amaba a ellas. Las visitas a las "Chiquillas" fueron de una vez a la semana: los viernes por la tarde, después del almuerzo y antes del trabajo de ella.
Camino donde las "Chiquillas" mi mamá me hablaba de la vida difícil, del no estudiar y del temor de la adolescencia de mi hermana. Yo pasaba el rato mirando los colores de los autos y observando los amigos que podría tener si no estuviera con mi mamá ignorando su miedo pequeño.
Un viernes de esos conocí a Marilyn, una niña gordota y coqueta, de uñas largas y llenas de colorado. Ella era una de las "chiquillas" más queridas del lugar y la más famosa. La Marilyn me quería más de lo que yo le quería a ella. Mientras mi mamá sacaba productos de un bolso, la Marilyn iba a su pieza y me traía muchos paquetes de papitas lisas con salsa de ajo. Ella tenía un niño que las repartía a las botillerías y que le traía cajas y cajas de productos Fitocracks. El niño estaba enamorado de ella y ella no podía enamorarse de él.
Todavía tengo la imagen del bar lleno de viejos tomando Báltica, del patio común,de las puertas celestes y a la Marilyn, feliz y regia con su crema de peras marca Unicass.-

2 comentarios:

DV dijo...

se vinieron a mi mente un montón de ideas, algo así como apuntes de todos lados como si fuese una especie de... obra de teatro... lo que no le quita lo real, pero tampoco lo transforma en algo real... creo que los camels son buenos cigarrillos... mi papá vendía perfumes.. bueno cuando vivíamos en una casa infestada de termitas y ratones en el techo, y que se inundaba cada vez que llovía... y suena tan surrealista ahora que lo recuerdo... aquellos tiempos.. me acostaba en el océano de pasto y pensaba que la vida es un juego.. y lo es... pero en ese tiempo no sabia jugar poker.. y ahora si.. tu entiendes..

Las papas lays con salsa de ajo son... como recordar el paquete antiguo de lays... cuando era solo evercrisp... o los dulces de un peso... aunque me traen más recuerdos las sopaipillas... o si, de alguna forma... todos somos como sopaipillas... remojadas en la chankaka de la realidad y los sueños... algunas quedan duras, otras se ablandan... otras quedan perfectas.

Patricio Peña Molina dijo...

Que te pasa con las vendedoras de sopaipillas, en mi pasaje vivía una señora que vendía sopaipillas, en santiago vivíamos en Maipú al lado del colegio Santa María de Maipú, en Pajaritos, después conocido por ser el colegio de Nelson Mauri, entonces la vecina aprovechaba de vender sopaipillas y otros cocavis con un carrito que siempre llevaba hasta el colegio que quedaba a una cuadra o menos. Las vendía a $50 y podías echarle toda la mostaza o ketchup que quisieras. Le apodaban la chica Marisol.

Me gustó caleta, está súper buena, los recuerdos de los 90 son geniales, también se me vinieron de nuevo recuerdos a la cabeza, los que siempre recuerdo.

En mi pasaje todos se hablaban o por lo menos se conocían, ahora cada vez más poco.

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